La fiesta de los disfraces

Conscientes o no de que son objetos en manos de políticos, la marcha de los disfraces inyecta un año más una millonada a la hostelería, ayuntamientos y viajes destino (no se celebraría de otra manera), que los heteros saborean como tinto de verano.

LGTBI no es más que una marca comprada por una agenda y financiada por el gobierno ejecutivo con fines electorales, más los que chupan de la causa.

Un escenario cutre, marginal, que ridiculiza y fomenta la homofobia y del que cualquier persona sensata se avergonzaría participar. Reivindicación absurda y sin sentido en Occidente, donde los gays gozan de las mismas libertades que Juan, Paloma y Juanpaloma. Aunque según Yolanda Díaz (inteligencia artificial del sanchismo en modo de prueba) aún queda mucho por conseguir, quizás apunta a tragar con la empanada mental de esos que son hombres, pero se sienten lesbianas, o los no binarios, más otras plagas mosquiteras que revoletean en la órbita del atrofio neuronal de individuos-as que no saben qué hacer con sus vidas.

Echo de menos este año una foto carrocera de Hamás, a quien el gueto ha defendido puño en alto, quizás por aquello del subidón de dopamina que provoca el balcony; modo de asesinar a los gays en Gaza.

Sobran las borracheras, los vómitos, las drogas y los tacones de aguja para recordar a los que han visto truncadas sus vidas por ser “diferente”. Asesinados o expatriados para los que una marcha respetuosa y en silencio les favorecería más, desarmando a esa parte de la sociedad canalla, hipócrita y abusona que estable los cánones de la virtud y lo correcto.

Y para fiestas, EuroGayVisión.