Jóvenes violadas y torturadas a las que han roto los pies y los brazos, han defecado sobre ellas, le han pegado un tiro y lo han colgado en las redes. Israel, estado demócrata, vuelve a ser demolido por los asesinos de Hamás, que lejos de ser victimas perseguidas y expulsadas de sus territorios (idea falsa que nos han vendido regímenes de izquierdas y totalitarios), nunca quisieron coexistir con los israelíes, sino eliminarlos, como se afirma en el artículo 2 de su constitución. Europa tiene un ADN antisemita que culminó con el holocausto nazi. Un odio injusto hacia el pueblo judío desde Roma hasta nuestros días, plagado mentiras y leyendas antisemitas como los libelos de sangre o el envenenamiento de pozos causantes de la peste. España los echó a patadas con el pretexto de que judaizaban a cristianos, (llamándolos cerdos y a los conversos marranos), sin tiempo de recoger sus enseres o despedirse de los que no pudieron acompañarlos (edicto de Granada), confiscando sus riquezas, tierras y oro, tras servirse de sus avances científicos, médicos y cartográficos que, como ejemplo, permitió a Colón embarcar hacia el mundo desconocido. Hay quien es feliz con su ignorancia y defiende el régimen terrorista de Hamás, cuyo objetivo no es crear un estado palestino, sino acabar con los infieles y expandir el islán por el mundo, tal y como apunta el Corán, aunque para ello haya que activar la yihad. Preocupante y peligroso es el brote antisemita nuevamente desatado en el mundo provocado por los asesinos de Hamás, que se sirven de sus muertos para levantar la repulsa y el odio hacia el pueblo judío. Un odio alimentado por la manipulación de los medios y las informaciones falsas que circulan por las redes sobre la historia de palestina y la ocupación de Israel.