Y es con el paso de los años cuando te vas dando cuenta de la cantidad de pensamientos caducados, creencias y prácticas que almacena tu memoria sin utilidad aparente. Hay quien las mantiene sin usarlas, hay quien las revisa y las pone al día, hay quien prescinde de ellas para siempre y hay quien se enorgullece de ser lo que son gracias a lo que aprendieron. La infancia es nuestra patria, no los lugares ni las banderas. Nuestro hogar se perpetua en la niñez y, es en la niñez donde se sujeta el adulto; puente entre dos conciencias que cruzamos varias veces al día. Aquello que nos inculcaron de puertas adentro es lo que practicamos de puertas afuera, dice el Talmud, sin una clara consciencia de que vivimos nuestra vida a través de las experiencias de otros. A fin de cuentas, somos el reflejo de cada imagen que ha grabado nuestra memoria. Fotos de las que echamos mano ante cualquier decisión o duda, pasando por alto que esas instantáneas se tomaron en un momento, un tiempo y unas circunstancias completamente distinta a las de ahora.