Años atrás escribir era oficio del gremio, ahora es práctica común, generalizada, al punto de que son más los que escriben que los que leen. La saturación del mercado por una mayoría que confunde escribir una novela con rellenar páginas obliga a editores y agentes a cerrar puertas que siempre estuvieron a medio abrir.
Al tanto de que solo el 7% de las obras se reeditan, que solo un 4.5% de autores nuevos ven la luz, que las editoras grandes (según Jorge Herralde de Anagrama) recibe alrededor de 4.000 manuscritos cada 9 meses, que no pueden ni siquiera ojear, y que la tirada de libros al año ronda los 200.000 (burrada), de los que un 72% vuelven a casa tras unas cortas vacaciones en estantes de librerías que nadie ve, la gente sigue ansiosa por editar.
La imposibilidad de publicar de forma tradicional ha reventado uno de los negocios más fértil del momento; Autoedición. Mediante pago, a veces prohibitivo para el bolsillo común, te concedes tu sueño. Libros de recorrido casi nulo que nacen en el ámbito doméstico y mueren en el circulo familiar.
La llegada de las redes fertiliza la ilusión de convertirte en autor de éxito, pues te da la oportunidad de que tu página de IG se codeé con la de Joel Dicker o Dan Broun, pero no te engañes, a ellos les precede el éxito, a ti no.
Puede resultar hiriente, pero solo me ajusto a la realidad, ese monstruo mata sueños que la sociedad a restituido por la adquisición de sueños imposibles y tu presencia activa en la sociedad de consumo.