Ana y Paco eran muy respetado en su vecindad. Daban charlar en institutos y colegios sobre educación en la diversidad, racismo, homofobia, feminismo y advertían sobre los peligros de la religión para la formación de personas libres y sin complejos.
Una tarde, Ana llegó del trabajo y pilló a su hijo en la cama con su amigo. Fue duramente castigado y puesto en manos de psiquiatras para que le arrancaran esa maldita enfermedad del alma.
Ana se confesó con el párroco de la periferia con el que mantenía relaciones. Días después, se maquilló el ojo morado y agarrada de la mano de su agresor marido participaron en una charla sobre no a la violencia de género, los derechos del LGTBI y condenaron el racismo cual fieles defensores del movimiento Woke.
Cuando su hija les presentó a quien eligió marido, el matrimonio montó en colera. Jamás permitirían tener nietos color café manchado. Ultimátum; si no dejas a ese negro de mierda estas de patitas en la calle.
Esa noche, Paco le dio una paliza a Ana culpándola de todas las desgracias ocurridas en el seno de una familia moralmente impecable. Después de montarla como a un perro la echó de la cama donde desfogaba a escondidas a sus fulanas, y con la biblia en mano durmió la borrachera.
Ana se confesó con el párroco de la periferia con el que mantenía relaciones. Días después, se maquilló el ojo morado y agarrada de la mano de su agresor marido participaron en una charla sobre no a la violencia de género, los derechos del LGTBI y condenaron el racismo cual fieles defensores del movimiento Woke.